Había tramos de arenales feroces, otros con tierra roja que parecía pintura indeleble. Al salir del llano que termina en la picada Chiriguelo, se empezaba a descender los 700 metros sobre el nivel del mar. La pendiente del Itá popó, hasta la entrada al parque Cerro Corá era de un solo carril. Superarlo en días normales sin lluvia era para acróbatas. A los dos lados la ruta terminaba en laderas y precipicios inmensos. Nunca supe como cruzaban en días de lluvia los camiones cargados con 15 toneladas de yerba mate, café, arroz y madera. Y los buses con 40 pasajeros cada uno.
Era una ruta de solidaridad increíble, el que pasaba esperaba al que venía detrás, y si eran vehículos familiares, los camiones de los choferes de Pedro Juan lo bajaban de a uno. No importaba quién era. A todos se les ayudaba. La llegada al parador de Yby Jaú era de total alegría era como ganar la primera etapa de un Rally tremendo. Siempre creí que los Pedrojuaninos eran más humanos mediante las clausuras, el clásico; no hubo mal que por bien no vino. Hoy no llueve, así que la próxima vez les contaré de las odiseas de las clausuras.